En sus diferentes etapas de maduración, los maestros cepillan, bañan de aceite y voltean a mano cada pieza de queso Flor de Esgueva. Así se consigue un queso con sabor único y fiel a sus orígenes artesanales.
¿Cuál sería el ritual de degustación?
Para empezar, hay que crear el ambiente perfecto y cortar el queso en idénticas cuñas, las presentación es clave a la hora de la degustación. El acompañamiento también es importante, dependido del momento, la hora del día y el gusto personal, se elegirá uno u otro.
Así es como se percibe mediante los 5 sentidos:
Vista – Se observa fácilmente su pasta firme y compacta, tienen un color pajizo singular y pequeños surcos en su superficie. Redondo y perfectamente equilibrado, nos deja entrever que tendrá un sabor intenso.
Tacto – Al sentirlo con las manos, descubrimos una textura escamosa y harinosa. La elaboración artesanal consigue que al tocarlo notemos un tacto algo quebradizo.
Olfato – A la nariz vienen notas de leche de oveja y matices de dulce y cereales. Matices olfativos característicos de un queso con mucha personalidad.
Gusto – En la boca descubrimos la textura mantecosa, poco corriente en este tipo de quesos tan madurados, lo que hace que lo sintamos su sabor amable a la vez que potente, aunque también intenso y de fácil asimilación al paladar. Al saborearlo aparecen notas de leche de oveja, frutos secos y cueros, lo que le da un final largo y persistente.
Retrogusto – Persiste durante mucho tiempo en lo retronasal, dejándonos unos detalles picantes una vez pasada la lengua.