El queso fresco se opone al curado porque no pasa por la fase de maduración, pero eso no está reñido ni con la riqueza de sabores ni con la variedad de texturas ni con la calidad. Si tienes un queso curado predilecto y sabes que no todos los tiernos son iguales ¿Por qué no aplicas esa misma regla a los frescos? Descubre qué puede diferenciar a unos de otros.
¿Qué es un queso fresco?
La elaboración de todo tipo de queso, ese proceso que transforma la leche recién ordeñada en un delicioso manjar que llega a tu mesa en cualquier momento del día, es básicamente el mismo en todos los tipos. Los frescos, los tiernos, los curados y hasta los añejos.
El queso fresco, sin embargo, se salta el último paso de elaboración del queso. No precisa de maduración ni curación. Los frescos llegan directamente a tu nevera después de ser cuajados, no reciben tratamiento de secado ni desuerado. Lo que explica que cuando los consumes aún conservan gran parte de líquido –suero- en el que se conservan por un breve periodo de tiempo hasta su consumo.
Características del queso fresco
Hay un conjunto de características que definen a todos los quesos frescos, pero que además pueden marcar la diferencia entre unos y otros. Presta atención si quieres encontrar tu queso fresco preferido.
- Apariencia: blanca o muy blanca, no presenta tonos amarillentos.
- Textura: presenta un tacto suave al paladar, no es firme ni rotundo.
- Conservación: exige frío –entre 1 y 4 grados centígrados- para su correcta conservación. La temperatura de conservación del queso siempre difiere de la de consumo, también en el queso fresco.
- Duración: el queso fresco es el más perecedero de los quesos, siempre se recomienda no consumirlo más allá de 48 horas después de su apertura.
- Sabor: la gran cantidad de humedad y suero que caracteriza al queso fresco en general hace que su sabor sea muy ligero, pero puede presentar cierto grado de acidez.