Según rigurosos estudios, los primeros quesos se elaboraron hace más de 7.500 años en Europa, concretamente en la zona de Polonia. Es bien sabido que el principal motivo para hacer queso era, principalmente, para conservar la leche. Pero también porque, en aquellos tiempos, la mayoría de la población humana era intolerante a la lactosa. Con este proceso (el de la elaboración del queso) se garantizaba una reducción de presencia de lactosa, que tan difícil de digerir era para ellos.
A lo largo de la evolución de la Historia del Arte, el queso ha sido en parte protagonista en escenas costumbristas e incluso en obras tan simbólicas o trascendentales como La Última Cena de Da Vinci.
Si bien los expertos en gastro paleontología no incluyen el queso en esa cita tan importante para nuestra civilización (y no digamos para la historia de las religiones), es muy posible que en la cita real hubiera queso de cabra en el menú, puesto que era un alimento muy coloquial y habitual para los habitantes de la zona.
Protagonista del bodegón
Pero si hay una obra de arte por antonomasia donde preside, a veces, el queso, es en el bodegón o naturaleza muerta.
Dedicada a retratar la cotidianeidad a través de elementos que la conforman en una mesa, esta rama de la pintura busca provocar una sensación de calma, armonía y equilibrio.
Sus antecedentes son diversos y se remontan a tiempos de la Antigua Roma, donde pintaban alimentos para celebrar las estaciones, aunque también expresar hospitalidad en las casas; también estaban presentes en las tumbas del antiguo Egipto, con la creencia de que los alimentos en las pinturas cobrarían vida en el más allá.
En el año 1300, empieza a desmarcarse la pintura de bodegones de los hasta entonces predominantes temas religiosos. Y en el siglo XVI, con la llegada del Renacimiento, su importancia es real, puesto que disfrutar de la comida, sobre todo entre las clases altas, empieza a ser considerado como una forma de arte.
Por eso, el bodegón emerge, aunque siempre supeditado a otros géneros, como la pintura religiosa o los retratos, donde presenta un significado alegórico o simbólico.
En el norte de Europa, donde sentían auténtica pasión por el simbolismo y el realismo óptico, el bodegón llevó a investigar y conseguir nuevas técnicas. De ahí la pintura al óleo, con la que Jan Van Eyck cultivó un estilo hiperrealista.
Existe una categoría en Holanda dedicada a la pintura de bodegones, donde Floris Chaesz van Dijck pinta al óleo su Bodegón con queso en 1615. En él, varios quesos se amontonan, dando sensación de abundancia, en un elegante mantel blanco de Damasco.
Actualmente esta obra puede apreciarse en el Museo Nacional de Ámsterdam o Rijksmuseum.
Ya en el arte más contemporáneo, tenemos la figura un soñador inigualable: Salvador Dalí, quien para muchos era un genio y para no pocos era simplemente un autor incorregible.
Seguidor de los avances científicos desde muy joven, se dice que en su obra La persistencia de la memoria se busca evocar la teoría de la relatividad de Albert Einstein, plasmando la distorsión espacio – temporal en la obra, a través de los relojes blandos.
Aunque no sabemos si esa teoría es cierta, lo que sí es auténtico (ya que lo dijo él mismo) es que, para conseguir crear los relojes blandos, se fijó en cómo se derretían unos quesos camembert bajo los rayos de sol.
Y el arte (al igual que el queso) no ha dejado de evolucionar, usando al queso como su particular inspiración. Prueba de ello son las numerosas acciones artísticas que tienen el queso como agente o incluso protagonista. Como, por ejemplo:
- La exhibición Eat the Art, en la estación Gran Central de Nueva York, que exhibía, en forma de museo efímero, una degustación real de los bodegones más famosos de la Historia, donde el queso es protagonista. Puedes asomarte a esta apetitosa acción aquí.
- Las obras de arte hechas con cortezas de queso, elaboradas por Mitchell McLanaghan, ciudadano de Newcastle que padece autismo y posee uno de los dones más increíblemente admirados de este comunidad.
- El primer Museo del Queso Manchego del mundo, que no solo nos adentra en su historia, sino que nos presenta un sinfín de elementos que giran alrededor de él.
En definitiva, si algo podemos afirmar es que, disfrutar del queso, tanto del que más te gusta como de sabores sorprendentes o incluso nuevas referencias que vienen para quedarse, es una reivindicación del arte de saborear la vida.